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miércoles, 15 de abril de 2015

Tus zapatos en mi entrada

En la vida hay fechas muy importantes. Una de ellas es el día de nuestra boda, ahora lo sé pero no siempre fui consciente de ello y en su momento desatendí atesorar buenos recuerdos. Trabajaba, no teníamos tiempos y, todavía no eran conocidas empresas como esta de
www.buscabodas.com. Se encargan de buscarte todo, y cuando digo de todo, es de todo: banquete, reportaje, peluquería, música, viaje, vestido… Un verdadero lujo. Teniendo amor y yendo los novios y los invitados, casi ya está todo hecho.
Como os digo, yo lo desatendí y ahora me arrepiento. Firmé los papeles y poco más. Antes era una rebelde, incluso, radical. Son épocas porque todos cambiamos y, a veces, para mejor. Celebrar el amor es esencial. Una boda, prácticamente, es eso.

Hoy hace 19 años que me casé y he aprendido mucho en este tiempo. Casi no se me escapa nada y he querido celebrarlo escribiendo esta reflexión-ficción  relatada.
zapatos, bodas, buscabodas, amor, banquetes, viaje.

Tus zapatos en mi entrada

No es fácil saber lo que se quiere ni a quién se quiere en cada momento. Nuestros gustos cambian al son y sentido de cada neurona nacida y creada por las muescas de los acontecimientos que nos suceden y en este proceso también cambiamos nosotros. Mínimamente, sí, y, básicamente sin saberlo.
Yo ya no soy la misma mujer que quería conquistarte a pesar de que odiaba tu pelo enmarañado y tus modales ásperos, casi felinos. No. Esa murió. Para quererte obvié  que no somos ni parecidos. Ni la música que a ambos nos apasiona nos unió, nuestros ritmos y algoritmos son dispares y  esperpénticos como versos inversos, ni la edad con sus estadísticas fanáticas e intolerantes con sus perversas numerologías, ni la vida con sus rutinas afiladas, ni tus padres obsesivos reprochándotelo todo, ni los míos compulsivamente ausentes y despreocupados. Ni amigos, ni trabajo, ni sueños, ni aficiones...  nada. Solo nos unía todo lo demás.
El momento exacto en que cada noche se agotan las palabras y nos quedamos en blanco, tu manía de  dejar los zapatos en la entrada porque no imaginas el amor en un hogar que no se camine descalzo, la puerta giratoria de la cocina que chirría desde el minuto uno y que no engrasamos por continuar oyendo ese quejido familiar que acompaña las idas y venidas de la cotidianeidad, tus ojos perdidos en los míos cuando no puedes dormir y la tristeza te avanza, las caricias que aparentan calidez para tornarse lascivas, suspendidas en el espacio infinito de la madrugada y, aquel primer beso disfrazado de juego que escondía toda la esperanza.
Y no me olvido de tus manos calientes cobijando las mías heladas ni todos los qué tal, todo bien, y los buenos días de cada jornada. Tampoco de las llaves del coche que perdiste en mi cumpleaños y que buscamos cansados y vencidos de bar en bar hasta que tintinearon en el forro de tu chaqueta justo cuando nos dejamos caer al suelo dándonos por derrotados. Adoro el agujero que las introdujo, todas las risas absurdas que provocó aquel momento y las que le siguieron, e incluso todos los llantos que vinieron meses después cuando me dijiste que yo no te importaba y lo di por hecho.
Lo peor de tener cicatrices es tenerlas en la cara, donde todo el mundo pueda verlas y espantarse o admirarlas. La mía se podía ver a kilómetros de distancia. No hay viaje mayor que un olvido. Pero llegó abril. Y sus aguas lo limpiaron todo. Y aquel primer beso que escondía toda la esperanza se propuso volver a dejar tus zapatos en mi entrada.
Lo curioso es que hasta que no me pediste perdón y te perdoné, ninguno de los dos sabíamos cómo se amaba.


©Ainhoa Núñez
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